Trabajo Nº: | RES0039 |
Tipo: | Oral |
Tema: | Datos existentes sobre la eficacia formativa del Prácticum y las prácticas externas |
Autores: |
Enric Camón Luis Escola Superior de Ciències Socials i de l'Empresa (Tecnocampus-UPF) ecamon@tecnocampus.cat Dolors Celma Benaiges Escola Superior de Ciències Socials i de l'Empresa (Tecnocampus-UPF) mdcelma@tecnocampus.cat Patricia Crespo Sogas Escola Superior de Ciències Socials i de l'Empresa (Tecnocampus-UPF) pcrespo@tecnocampus.cat |
Keywords: | prácticas externas, competencias profesionales, satisfacción |
El Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) establece que el aprendizaje de los estudiantes universitarios se define por medio de las competencias adquiridas durante su formación, las cuales expresan lo que el estudiante sabe, comprende y es capaz de hacer. Asimismo, el desarrollo de las competencias depende de las oportunidades que tenga el estudiante para ponerlas en práctica, por lo que la mayoría de planes de estudios universitarios prevén la realización de prácticas externas en sus currículums.
Existe una preocupación creciente por parte de la universidad para asegurar una calidad educativa que permita que los estudiantes adquieran las competencias necesarias que faciliten su empleabilidad y por ello en la ordenación del EEES se pone especial énfasis en el desarrollo de las prácticas externas por parte de los estudiantes universitarios (Pérez López & García Manjón, 2008). Las prácticas externas son importantes tanto para los estudiantes como para las empresas. En el caso de los estudiantes les permite aplicar las capacidades y conocimientos adquiridos en sus estudios y reforzar la adquisición de conocimientos, habilidades profesionales y actitudes, demostrando sus capacidades y sus competencias. Y en el caso de las empresas pueden testar las competencias adquiridas por los estudiantes como resultado de su formación y comprobar si éstas se adaptan a las requeridas en los puestos de trabajo (Mareque Álvarez-Santullano & De Prada Creo, 2018).
No obstante, como afirman Cabrera, López, & Vidiella (2016), existe todavía mucho recorrido para determinar cómo trabajar y evaluar de forma adecuada las competencias en el sistema universitario, por lo que abogan por seguir investigando para profundizar en aquellos aspectos que se consideren claves para mejorar la calidad de la formación universitaria. Por ello, analizar las percepciones que tienen los empleadores sobre las competencias de los estudiantes puede ayudar en este sentido.
El informe del proyecto Tuning de 2003 (Universidad de Deusto & Universidad de Groningen, 2003) establece el interés de desarrollar las competencias en los programas educativos de las universidades y uno de los principales argumentos para ello es la necesidad de mejorar la empleabilidad de los graduados en la nueva sociedad del conocimiento, dada la rápida obsolescencia de conocimientos y el necesario aprendizaje a lo largo de la vida.
Las competencias implican el uso integrado de conocimientos, habilidades y actitudes para desarrollar una tarea y se demuestran mediante la acción; por ello sólo se pueden lograr y evaluar en estadios finales del proceso educativo como las prácticas externas o el trabajo final de grado (Guia per a l’avaluació de competències en l’àrea de ciències socials, 2009).
Las competencias, generalmente, se clasifican en competencias específicas (propias de un ámbito o titulación y que determinan el perfil específico de los graduados) y competencias generales (son competencias transversales comunes en la mayoría de titulaciones aunque con una incidencia y contextualización diferente en cada caso). Dentro de este segundo grupo, el proyecto Tuning diferencia entre “instrumentales”, “interpersonales” y “sistémicas” o “integradoras”.
En el ámbito profesional existen diferentes formas de categorizar las competencias (Montoro-Sánchez, Mora-Valentín, & Ortiz-De-Urbina-Criado, 2012). De entre ellas, García Manjón & Pérez López (2008) establecen que las competencias profesionales son las que permiten desarrollar una carrera profesional a lo largo del tiempo, es decir contribuyen a la empleabilidad. Estas competencias se concretan de forma diferente según el tipo de profesión. En el caso de los estudios relacionados con la administración de la empresa, según el libro blanco de Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (de ahora en adelante ANECA) de 2005 (Libro Blanco Economía y Empresa, 2005), los empleadores estiman a nivel instrumental que las competencias más requeridas son la de organización y planificación, así como la de resolución de problemas y la de análisis y síntesis. A nivel de competencias personales, y por este orden, el compromiso ético, la capacidad de trabajar en equipo y la de hacerlo en entornos de presión. En lo concerniente a las consideradas competencias sistémicas, la más relevante es la motivación por la calidad, seguida de la capacidad de adaptación a nuevas situaciones, y finalmente la relacionada con la iniciativa y el espíritu emprendedor. Ya en la vertiente de las competencias específicas para la aplicabilidad, destacan la aplicación de conocimientos en la práctica y la habilidad de búsqueda de información e investigación. A su vez la Agència per a la Qualitat del Sistema Universitari de Catalunya (de ahora en adelante AQU) en 2019 estableció lo que vino a denominar “Directrices de referencia en administración de empresas” con la finalidad, entre otras, de asegurar “... la conexión con el mundo de la empresa y en consecuencia del enorme potencial de oportunidades laborales” (p. 7). En este sentido AQU considera que “La formación de titulados universitarios en administración de empresas debe garantizar la consolidación por parte del estudiante de un conjunto de conocimientos, habilidades y competencias que son especialmente relevantes para el desempeño de la profesión” (Directrices de referencia en administración de empresas, 2019, p. 9). Entre ellas aparecen elementos mencionados previamente como son: las habilidades para la “Capacidad crítica y autocrítica. Desarrollar un pensamiento y un razonamiento críticos”, “Capacidad para el análisis y síntesis” y “Capacidad para emprender e innovar. Adaptación a entornos cambiantes”; y en términos de competencias, aparece el “Trabajo en equipo y liderazgo. Capacidad de trabajar en red y equipos multiculturales e interdisciplinarios en entornos y contextos internacionales”, “Tener una actitud proactiva y de mejora continua. Capacidad de seguir aprendiendo en el futuro de manera autónoma.” Así pues los elementos destacados por los empleadores, tanto en la investigación de ANECA (2005) como en el trabajo de AQU (2019), coinciden.
Además de las mencionadas anteriormente, la sociedad actual exige también cada vez más a los graduados universitarios, otras competencias como el espíritu crítico en relación al cambio organizativo y al cambio económico-social derivados de los cambios que la innovación y la tecnología generan en el ámbito empresarial y en la manera de gestionar las organizaciones (Directrices de referencia en administración de empresas, 2019).
En este contexto, en el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) toma una especial relevancia que el estudiante pueda demostrar lo que es capaz de hacer. Por ello, considerados los estudiantes como futuros trabajadores, conocer de qué manera los conocimientos adquiridos en el proceso de aprendizaje y la complementación que reciben cuando los aplican en las empresas durante las prácticas externas, permite abordar una nueva dimensión del conocimiento adquirido.
Para que los estudiantes sean capaces de poder demostrar lo que son capaces de hacer, las prácticas externas son el espacio de aprendizaje ideal (Zabalza, 2013). Buena muestra de ello se encuentra en el artículo 2 del Real decreto 592/2014 mediante el que se regulan las prácticas académicas externas de los estudiantes universitarios. En el punto 1 de este artículo, se establece que “el objetivo es permitir a los estudiantes aplicar y complementar los conocimientos adquiridos en su formación académica, favoreciendo la adquisición de competencias que les preparen para el ejercicio de actividades profesionales, faciliten su empleabilidad y fomenten su capacidad de emprendimiento”, con lo que se fija la finalidad de las mismas.
Así pues, uno de los elementos que ha contribuido a testar las competencias de los estudiantes universitarios y su empleabilidad es la introducción de las prácticas externas en los planes de estudio. Las prácticas externas permiten al alumno desarrollar las capacidades adquiridas en sus estudios y saber si es capaz de aplicarlas (Montoro-Sánchez et al., 2012). Por lo tanto, las prácticas externas se pueden entender como una preparación para la transición al empleo y una vía para ayudar a mejorar la competitividad de la economía y hacer a los graduados más adaptados a las necesidades de los empleadores y de sus empresas (Cajide et al., 2002).
En el trabajo de ANECA de 2009, los empleadores afirmaron sobre las titulaciones universitarias “que se ofrece un exceso de contenidos teóricos escasamente actualizados y, sobre todo, con una escandalosa falta de orientación práctica” (p. 126). Asimismo, el estudio afirmó que “los idiomas, y muy particularmente el inglés, se siguen apreciando como una gran deficiencia formativa; sin embargo, la informática a nivel usuario ya no se considera ningún obstáculo o problema serio” (p. 127). Estas conclusiones se extraen también, en términos generales, en el estudio de (Bartual-Figueras, Espasa-Queralt, & Miravitlles-Matamoros, 2016).
Sobre la valoración que las empresas hacen de los estudiantes durante su paso por sus organizaciones, el estudio de Cajide et al. de 2002 sobre inserción laboral de recién graduados universitarios pone de relieve divergencias entre la formación universitaria y las exigencias de la empresa en competencias como formación práctica, conocimiento de cómo trabajan las organizaciones, flexibilidad, saber enfrentarse a la resolución de problemas, aplicación del conocimiento, trabajo en equipo, capacidad de comunicación, saber establecer relaciones, motivación e interés por las tareas a realizar, aptitudes para seguir aprendiendo, y confianza en sí mismos. El estudio de Martínez (2009) confronta asimismo competencias y habilidades que poseen los egresados con las necesidades de los empleadores. Los resultados muestran que las competencias que deberían reforzarse más en la universidad son la capacidad para trabajar en equipo, la orientación al logro y la preocupación por la calidad, la iniciativa y la generación de nuevas ideas, la solución de problemas y la toma de decisiones, la gestión de la información y las habilidades lingüísticas. A su vez, en el estudio de Montoro-Sánchez et al. (2012) sobre la experiencia laboral de estudiantes en prácticas, los resultados muestran que las empresas consideran que hay diferencias entre el grado de disponibilidad de la competencia por parte del alumno y la necesidad de esa competencia para el buen desempeño del puesto de trabajo en los siguientes casos: capacidad de análisis, capacidad de planificación y organización, comunicación oral en lengua extranjera, habilidad para analizar información de fuentes diversas, capacidad para la resolución de problemas, capacidad para trabajar en un contexto internacional y en entornos diversos y multiculturales, capacidad de autocrítica, compromiso ético en el trabajo, trabajar en entornos de presión, capacidad de aprendizaje autónomo y sensibilidad ante temas medioambientales. En otro orden de cosas, también hay estudios sobre las incorporaciones laborales de trabajadores (Santana Vega, González-Morales, & Feliciano García, 2016), en donde se destaca que las empresas valoran aspectos como la responsabilidad, la adaptabilidad o la capacidad para el trabajo en equipo a la hora de su contratación. Estos elementos siguen siendo de importancia, ya que hay análisis que identifican cuáles son las competencias que más van a ser requeridas en el mercado laboral considerando la incorporación del talento recientemente salido de la universidad, entre las cuales destacan la de compromiso, trabajo en equipo, innovación o flexibilidad (Asociación Española de Directores de Recursos Humanos - EAE Business School, 2015).
Respecto de la visión que los estudiantes tienen de las prácticas, dan buena cuenta los estudios de Acedo Ramírez (2014), donde se destaca, entre otros elementos, que las prácticas han sido útiles a los estudiantes para la adquisición y desarrollo de competencias profesionales. En el proceso de aprendizaje que supone la realización de éstas participan diversos agentes, y hay evidencias en algunas investigaciones del alto grado de satisfacción tanto de los docentes, como de las empresas y especialmente de los estudiantes. Además se observa que la realización de prácticas no es solamente satisfactoria sino que ello ha permitido en algunos casos la incorporación adicional a la empresa de un volumen importante de los estudiantes que realizaron en ellas las prácticas (Alemany Costa, Perramon Tornil, & Panadès Estruch, 2014).
Dadas las divergencias observadas todavía entre la formación universitaria y las exigencias de la empresa en competencias desarrolladas por los alumnos, a continuación se realiza un estudio empírico donde a partir de información obtenida por las empresas donde los estudiantes universitarios han realizado sus prácticas y las valoraciones de los propios estudiantes, se pretende identificar por una parte las competencias que son más valoradas en el mercado laboral y por otra la satisfacción del proceso de prácticas por parte de los estudiantes, para finalmente determinar cómo todo ello incide sobre la evaluación que hacen las empresas de los estudiantes que realizan prácticas externas.
La presente investigación analiza cuáles son los factores que más inciden en la evaluación de las prácticas curriculares por parte de las empresas que acogen estudiantes universitarios. Más específicamente se pretende estudiar en qué medida las competencias de los estudiantes pueden ser un elemento determinante, y cómo pueden influir otros factores como el grado universitario cursado, el género del estudiante, la dimensión y el sector de la empresa donde se realizan las prácticas, así como la propia satisfacción de los estudiantes con las prácticas que están realizando.
Para la realización del estudio, la población de referencia está formada por la totalidad de estudiantes que realizaron prácticas externas curriculares durante los cursos 2015-16, 2016-17 y 2017-18 de la Escuela Superior de Ciencias Sociales y de la Empresa de Tecnocampus-UPF (ESCSET) con un total de 488 casos. De éstos, se analiza una muestra de 463 prácticas después de depurar los datos. Se analizan prácticas de los grados universitarios de Administración de empresas y gestión de la Innovación, Turismo y Gestión del Ocio, Logística y Negocios Marítimos y Márqueting y Comunidades Digitales. En cada uno de estos grados las prácticas externas son consideradas una materia curricular, por lo que es obligatorio realizar un número mínimo de horas (véase Tabla 1).
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En el conjunto de los estudios que se realizan en el centro, los estudiantes que más horas de prácticas tienen que realizar son los de Logística y Negocios Marítimos con 550 horas, seguidos de los de Turismo y Gestión del Ocio que han de cursar 500 horas. A continuación se sitúan los de Administración de empresas y gestión de la Innovación con un total de 350 horas y los que menos, los de Márqueting y Comunidades digitales, que tienen que hacer 300 horas.
Los datos del estudio empírico se obtienen a partir de un cuestionario diseñado por el departamento de prácticas de la escuela que completa el tutor de la empresa al final del período de prácticas de cada estudiante. En él se recoge la calificación global de las prácticas externas por parte de la empresa, así como la valoración de las siguientes competencias profesionales del alumnado:
En la tabla 2 se muestra el estadístico descriptivo de las calificaciones globales de las prácticas por parte de los empleadores y según los estudios cursados. La medición se hace sobre una escala de 1 a 10, donde 1 indica “muy deficiente” y 10 “excelente”.
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Se puede observar de los resultados obtenidos, que la media global de la calificación de las prácticas externas por parte de las empresas es de un 8,98. Los resultados más satisfactorios se dan en los estudios de Márqueting y comunidades digitales, con un 9,04. Con un 9,02 se identifican los vinculados a Administración de Empresas y gestión de la innovación y Turismo y gestión del ocio con un 9,02, y finalmente los de Logística y negocios marítimos, con un 8,39.
Por otra parte, la tabla 3 muestra el estadístico descriptivo de la valoración de las diferentes competencias profesionales analizadas:
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En el que caso de la valoración de las competencias profesionales por parte de las empresas, se observa que todas ellas están por encima del 8. Siendo la de “Toma de decisiones” la que recibe una valoración más baja, con un 8,1, mientras que las que mejor se valoran son “Habilidades ofimáticas”, “Capacidad de aprendizaje”, “Habilidades digitales”, “Trabajo en equipo” y “Adaptación a nuevas situaciones” con un 9.
Se dispone asimismo de información que ha permitido realizar un análisis desde el punto de vista del género, la titulación que cursa el estudiante, la dimensión y sector de la empresa donde se realizan las prácticas y la satisfacción de las prácticas por parte del estudiante. La tabla 4 muestra el descriptivo de estos datos.
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Se observa que de la muestra estudiada, el mayor número de observaciones corresponde a estudiantes de Márqueting y Comunidades Digitales, representando éstos un 38,4% del total, seguidos muy de cerca por el 35,4% que corresponde a los de Administración de Empresas y Gestión de la Innovación. A más distancia se sitúa el 21,8% de los de Turismo y Gestión del Ocio. Los de Logística y Negocios Marítimos son de los que se analizan menos observaciones puesto que es la última de las carreras que se ha puesta en funcionamiento en el centro. En términos generales no hay diferencias destacables entre la distribución por sexo de los estudiantes, aunque hay algo más de hombres que de mujeres. Sí que hay preminencia significativa en el sector en el que realizan las prácticas, siendo masivamente el de servicios el que los acoge. Como también destaca que la mitad de ellos lo hacen microempresas, seguido de los que lo hacen en las pequeñas empresas. En tercer lugar se encuentra las grandes empresas y por último la mediana empresa. Por otro lado, la media de la satisfacción de las prácticas realizadas por parte de los estudiantes se sitúa en un 8,5.
Para el trabajo empírico presentado en el epígrafe siguiente, la metodología de investigación utilizada es de carácter cuantitativo. Dado que quiere estudiarse de qué depende la calificación de las prácticas que otorgan las empresas a los estudiantes, se estima un modelo de regresión lineal múltiple con estimación por mínimos cuadrados ordinarios.
Los resultados de la estimación econométrica se muestran en la tabla 5, donde se observa que el modelo explica un 80% de la varianza y se muestran las variables significativas a un nivel de confianza del 95%.
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Del análisis de los resultados obtenidos se infiere que algunas competencias desarrolladas por los estudiantes inciden positivamente en la calificación que las empresas otorgan a los estudiantes en prácticas. Las competencias que tienen una mayor incidencia son la capacidad de aprendizaje y la adaptación a nuevas situaciones, seguidas por la capacidad para el trabajo en equipo y las habilidades ofimáticas. También tienen impacto positivo, aunque en menor grado, la deducción lógica y la habilidad para las relaciones interpersonales. Además, se observa que la satisfacción de los estudiantes respecto de su paso por la empresa también incide positivamente en la calificación que otorgan las organizaciones que han acogido a estos estudiantes. Por el contrario, no se observa un comportamiento distinto en función del género del estudiante, ni tampoco que la titulación que cursan los estudiantes, el sector y tamaño de la empresa donde realizan las prácticas sea determinante en relación con la calificación otorgada a los estudiantes en prácticas.
En sentido negativo destaca la competencia vinculada a las habilidades digitales (gestión y búsqueda de información en la red y capacidad de trabajar de forma colectiva en la red), hecho que tal vez pueda estar relacionado con el debate actual sobre el uso no profesional de los equipos conectados a Internet por parte de algunos empleados y las limitaciones que algunas empresas establecen a los dispositivos móviles para evitar su uso con fines personales.
El estudio analiza la valoración que hacen los empleadores sobre las prácticas externas realizadas por estudiantes universitarios en sus empresas así como los principales determinantes de esta valoración. Esta calificación que otorgan las empresas puede ser considerada como una explicación del grado en que las empresas valoran la formación universitaria y a la vez puede ser un indicador de la empleabilidad de los estudiantes universitarios.
Los resultados muestran que la calificación media otorgada por las empresas a los estudiantes en prácticas es de 8,98 sobre 10, con lo cual la primera conclusión es que las empresas valoran de forma bastante buena la formación universitaria y por ende parecería que la empleabilidad de los estudiantes. Ello puede pues valorarse así como un plus para la academia en la apuesta profesionalizadora de los estudios mediante la incorporación de las prácticas externas.
Y ¿de qué depende esta valoración de las empresas? Los resultados obtenidos muestran que dependen de competencias instrumentales como “capacidad de aprendizaje” junto con “habilidades ofimáticas”; también de competencias sistémicas como “adaptación a nuevas situaciones” y “deducción lógica”; y finalmente de competencias personales como el “trabajo en equipo” y la “habilidad para las relaciones interpersonales”. Estos resultados están en línea con los estudios de ANECA (2005) y AQU (2019) donde se establecía que éstas eran, entre otras, las competencias que los empleadores estimaban como deseables a tener por parte de los graduados en estudios de administración de empresas.
Lo observado previamente indica asimismo que los estudiantes universitarios no sólo deben poseer conocimientos explícitos y específicos derivados de su formación académica, sino que además deben ser competentes en aspectos que van más allá de ello, y que forman parte de su vocación y capacidad personal para progresar y mejorar en el mercado laboral. Por ello, apostar por la formación de los estudiantes en estas competencias supone un valor adicional a su formación académica ordinaria.
En otro orden de temas también es significativa la relación existente entre la valoración que el propio estudiante hace de su paso por la empresa y la estimación que de ella hace la empresa. Así pues existe una relación determinante que parece indicar que cuánto más contento se muestra el estudiante en su estadía en la empresa, mejor valoración hace de él la empresa. Por lo que se puede inferir, que el proceso de prácticas en la empresa es un sistema que enriquece a ambos agentes implicados, estudiante y empresa.
En este sentido cobra importancia la posibilidad de implementar o extender la implementación de los proyectos formativos en modalidad dual para que la formación dentro del aula pueda complementarse con el aprendizaje dinámico y empírico en las empresas en todo el recorrido de los estudios, y no sólo en el momento específico de la realización de prácticas externas como se hace actualmente. Esta apuesta, también denominada formación en alternancia, supone una transformación radical en la concepción de los estudios que permitiría implementar los procesos de aprendizaje adquiridos en el aula en la realidad específica de las empresas en cada momento. Con esta opción, la academia garantizaría que su formación se adaptase a los requerimientos de las empresas y que los estudiantes lo pudieran poner en práctica in situ. Además, la empresa conocería futuros profesionales a los que podría considerar retener para aumentar el talento de su organización con estudiantes en curso que actualizasen su saber. Esta modalidad formativa ampliamente establecida en la Formación Profesional (Marhuenda Fluixá, Chisvert-Tarazona, Palomares-Montero, & Vila, 2017), y que incluso ha sido comparada entre las opciones españolas y alemanas (Rego Agraso, Barreira Cerqueiras, & Rial Sánchez, 2015), parece una quimera a abordar de forma generalizada en el entorno universitario por la complejidad que arroja su materialización. Pero tal vez suponga la definitiva vinculación de los estudios universitarios a las empresas, para responder a la afirmación que mantiene que “...está claro que se ha percibido una desconexión entre las necesidades de las empresas y el desempeño (más que la formación) de los universitarios…”(ANECA, 2009). Con este modelo formativo se podría formalizar la conexión del mercado laboral a la formación universitaria, en una suerte de tránsito hacia la formación de estudios capacitados y críticos para adoptar un rol determinante en la actual economía del conocimiento.
Entre las propuestas de nuevas investigaciones resultaría de interés comparar qué diferencias existen entre la valoración que hacen los estudiantes y las empresas de las mismas prácticas realizadas, y cuáles son las motivaciones que generan estas diferentes valoraciones. En esta investigación se analizan datos de más de una titulación universitaria con un volumen de observaciones mayor que en estudios previos como los de Alemany Costa, Perramon Tornil, & Panadès Estruch (2014) o de Montoro-Sánchez et al. (2012). Pero a pesar de ello podría considerarse la ampliación de la muestra con datos que provengan de más de un centro universitario o analizarse si existen comportamientos distintos entre los estudiantes que forman parte de los denominados millenials y aquellos que no lo son.
Bibliografía
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